El Proceso de Kafka en Telemadrid

Kafka retrata a un hombre perseguido por un poder intangible, que (como a nosotros) le ha juzgado antes incluso de que empezara el proceso; K. es un hombre abandonado a la suerte de un tiempo y un escenario que se desvanece sin que él, en su impotencia, pueda hacer nada por cambiarlo. «Kafka -explica Roger Garaudy– se agota en una interminable lucha contra la alienación dentro de la alienación misma; por la ley dentro de un mundo absurdo que aparece regido por un tribunal que ignora la ley; por la humanidad dentro de un mundo deshumanizado como al que Kafka le tocó vivir, en que «el capitalismo es un estado del mundo y un estado del alma». Un mundo en que un solo verdugo puede reemplazar a todo el tribunal como ocurrió en la Alemania nazi de la que, como se ha repetido, Kafka presentó una imagen anticipada en su obra».

Más recientemente, Art Spiegelman consiguió en Maus sumergirnos en una psicología humana funesta, en el que los nazis despojaron tanto a judíos como a adversarios de todo rasgo de humanidad para acabar con más de un millón de personas como si fueran ratas y dejar a toda una generación de personas destrozada por los horrores que llevaron a cabo. La deshumanización del nazismo.

UN POCO DE KAFKA BASTA

El Mundo titulaba el domingo a toda plana, en su crónica de la multitudinaria manifestación contra los recortes a la que acudimos muchos de nosotros: «Sindicalistas acarreados en autobuses piden un referéndum»; los manifestantes éramos todos «liberados aborregados» para Anson; «mareas de borregos» para Ussía. Deshumanizar de nuevo: el mismo discurso inquietante. Tan cerca de «al despertar una mañana tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto»; tan cerca de la justificación de Auschwitz, de la banalidad del mal de Hannah Arendt. Y Manuel Rivas avisaba en El País sobre la nueva política de silencio de RTVE, tan deudora de la de Telemadrid: «El gran recorte inconfesable consiste en recortar la realidad. Hace una semana había un millón de personas con atención sanitaria que ahora ya no existen. Y los miles de maestros y profesores recortados, ¿qué ha sido de ellos? No están. Viven en el envés estadístico, tras las líneas rojas, invisibles en la maleza» . El mismo día, en el mismo diario, un portavoz de Jueces para la Democracia auguraba que los recortes en justicia estaban acabando con la tutela judicial efectiva, y que el copago iba a acentuar la desigualdad ante la ley: la justicia, ya lenta de por sí, va camino de convertirse en un lujo accesible sólo para el que pueda pagarla. El presentimiento de que parece casi imposible flanquear las puertas de la Ley, que se haga esa justicia, puede hacernos sentir a cualquiera como a un protagonista de cualquier relato de Kafka: diminutos, insignificantes, impotentes. Nosotros, como ha ocurrido con nuestra lucha para recuperar el cinco por ciento, lo único que podemos hacer es aprovechar los recovecos de un sistema tan injusto, colarnos entre sus resquicios: es tal el carajal legal y tan contradictorias las interpretaciones de un corpus enmarañado que, de cumplirse la amenaza de ejecución del proceso de despidos, también le podría suponer a la empresa y a la Comunidad (y a sus responsables personalmente) el aventurarse en un retorcido laberinto judicial de inciertos resultados y complicaciones impredecibles. Y estamos estudiando todas las posibilidades a nuestro alcance: civiles, contencioso-administrativas, sociales, mercantiles y hasta penales. Acudiremos a las instancias que hagan falta. Pelearemos hasta el final.