Esperanza que no quede. Atado y bien atado

LA FARAONA

Javier Pérez de Albéniz recordaba en Vanity Fair que » Esperanza Aguirre ha dicho en su despedida de la política que de lo que más orgullosa se siente es de «la educación bilingüe». Como política de raza que es, o que fue, Aguirre miente hasta el final: su obra maestra es Telemadrid. El secuestro y explotación, para beneficio propio, de la radiotelevisión pública madrileña es un auténtico monumento a la manipulación y la tergiversación, al abuso de poder y la insolente censura, al descaro político, la inmunidad, la intolerancia y la soberbia. Telemadrid es a Esperanza Aguirre lo que la gran pirámide de Guiza al faraón Keops, segundo líder de la cuarta dinastía del Imperio Antiguo de Egipto. Para demostrar su poder, y para que la historia le recordase, Keops mandó construir un colosal sepulcro de forma piramidal. Y no le importó el precio: tuvo que prostituir a su propia hija para conseguir fondos para la obra. Los grandes personajes de la historia son así de generosos con las cosas de los demás… La pirámide de Aguirre se llama Telemadrid. En su red de cámaras y laberintos, de geometrías imposibles y despachos infranqueables, de esclavos silenciados y sumisos esbirros, la faraona ha intentado que la verdad de su reinado quede oculta para siempre. Y es que después de intentar acabar con la educación pública, Aguirre sugiere que le gustaría ser recordada por la calidad de la enseñanza. ¡Qué arte! ¡Qué salero! Es inútil, por tanto, que hablemos de Gürtel, de tamayazos, de estaciones del AVE o de la sanidad pública. La cadena autonómica de la comunidad madrileña, como en su día el marketing social de Goebbels, es un ejemplo perfecto de burda propaganda gubernamental. Construida desde la desvergüenza y el fanatismo, la actual Telemadrid pasará a la historia por simbolizar el mal uso (abuso) de un bien público. Fuera de circulación, Aguirre ya no pondrá la guinda a su proyecto: hace solo unos días anunció la privatización de Telemadrid. Tras arrastrar a la cadena a su mínimo histórico de audiencia, y rozar la quiebra técnica por una deuda de 242 millones de euros, pretendía venderla a precio de saldo. Hasta nunca».

LIBERAL MAL

El Mundo (19/9) contaba a su vez que «Mario Vargas Llosa no esconde su preferencia por la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ni la sorpresa ante su inesperada dimisión. A ambos les une un ideario liberal que tiene una de sus raíces en el filósofo por excelencia del conservadurismo, Karl Popper«. Aunque el exdirector de Abc José Antonio Zarzalejos dejó dicho que la LidereS.A., «que se define como liberal y que siempre tiene la palabra liberal en la boca», era sin embargo «bastante ignorante, le faltan unas cuantas lecturas, por no decir muchas». Hasta su conocimiento del pensamiento de Popper deja también mucho que desear, ya que el pope del liberalismo, en su escrito testamentario, aseveraba que la televisión tendría que ser una excepción al sistema de libre mercado: «Son demasiadas las emisoras en competencia. ¿Por qué cosa compiten? Obviamente por acaparar telespectadores, y no -permítaseme decirlo así- por un fin educativo.

Ciertamente no entran en el juego para producir programas de sólida calidad moral, ni para producir transmisiones que enseñen a los niños algún género de ética. Las estaciones, para mantener su audiencia, producen material cada vez más escandaloso y sensacionalista. La democracia consiste en poner bajo control el poder político. Es esta su característica esencial. En una democracia no debería existir ningún poder no controlado. Ahora bien, sucede que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, se podría decir que, potencialmente, el más importante de todos, como si fuera Dios mismo quien habla. Y así será si continuamos consintiendo el abuso. Se ha convertido en un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia sobrevivirá si no pone fin al abuso de este poder. El abuso puede aparecer en cualquier parte. Obviamente se abusa de ella en Rusia. En Alemania no había televisión bajo Hitler, pero su propaganda fue construida sistemáticamente casi con la potencia de una televisión. Creo que un nuevo Hitler tendría, con la televisión, un poder infinito. Una democracia no puede existir si no pone bajo control la televisión o, más precisamente, no podrá existir por mucho tiempo cuando el poder de la televisión se descubra plenamente. Lo digo así porque los enemigos de la democracia tampoco son del todo conscientes del poder de la televisión. Pero cuando se percaten a fondo de lo que pueden hacer, la usarán de todos los modos, también en las situaciones más peligrosas. Y entonces será demasiado tarde. Deberíamos vislumbrar ahora esta posibilidad y controlar la televisión» . Y hasta Juan Pablo II (con Reagan y Thatcher, otro de los pocos ídolos de Aguirre que no se alojaba en su ombligo) también consideraba que «los canales de la televisión, administrados por la industria televisiva pública o por la privada, son un instrumento público al servicio del bien común; no son solamente un terreno privado para intereses comerciales ni un instrumento de poder o de propaganda para determinados grupos sociales, económicos o políticos; existen para servir al bienestar dela totalidad de la sociedad». Porque la televisión pública, aún con todos sus defectos, es la única que puede transmitir contenidos culturales y educativos. Y el servicio público audiovisual es hoy más necesario que nunca.