Los liquidadores y el sentido de lo público

Sobre el cierre de RTVV (a manos de unos siniestros profesionales llamados justamente liquidadores) y la inagotable cuestión de destinar fondos públicos a mantener televisiones, comparto absolutamente la opinión de que los recursos no son ilimitados, aunque el debate de la burbuja es aplicable a cualquier ámbito.

Sobre la dificultad en ponderar la administración eficiente del dinero que se recauda yo siempre pongo un ejemplo: el de la central lechera, que le escuché en cierta ocasión a Iñaki Gabilondo. Mucha gente se acerca a los periodistas para decir «hay que dar más caña, deberíais denunciar esto y aquello, ya basta de ese despilfarro».

A esa gente yo le suelo preguntar: «Y usted, ¿a qué se dedica?». –»Yo trabajo en una central lechera». «-Pues mire, mañana casualmente vamos a denunciar las subvenciones a las empresas lácteas». «-Ah, pero supongo que lo enmarcarán, que lo contextualizarán, que entenderán el problema de…, que no se les ocurrirá…».

A todo caso hay que aplicarle la regla de oro tanto como el imperativo categórico. Ayer debatía con un inteligente profesor de filosofía de la Universidad sevillana (que dirige, además, una prestigiosa revista cultural) sobre estos asuntos, y yo argüía, en defensa de las televisiones públicas, los siguientes ejemplos retóricos -en los que desde luego no creo: ¿Por qué habría de haber universidades públicas existiendo privadas eficientes? ¿Se debería cerrar Berkeley, semillero de Premios Nobel?

Seguro que si, al igual que Canal Nou, yo digo que mañana hay que clausurar la Universidad de Sevilla porque está en la cola de los rankings de centros del mundo y en la ciudad ya hay universidades privadas el afectado le encontraría alguna objeción. Lo mismo puedo decir sobre la subvención a las revistas culturales, o las becas para la investigación, o a que la filosofía no contribuye a la economía productiva…

Encuentro que este ejemplo vale para cualquier actividad que se nos ocurra, ya que la utilidad de algo es como los gustos, que no hay consenso; que casi todo es privatizable, lo que no garantiza ni competencia ni mejor gestión; y que, por definición, los que viven por encima de sus posibilidades son, como el infierno, los demás.

Como muy bien me replicó mi interlocutor, «la ineficiencia, el despilfarro, la irresponsabilidad cívica (y en el fondo la corrupción) no deberían de ser la seña de identidad del sector público. Precisamente porque creemos en lo público como posibilidad de emancipación de quienes no tienen otras oportunidades hay que exigirle una eficacia y un rigor que desaloje la posibilidad de competencia de lo privado».

José Ignacio González , despedido en el ERE de Telemadrid