«La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono, verdadero el pudor, verdadero el odio (…). Sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios».
Jorge Luis Borges , «Emma Zunz»
Se conoce como folletón la tradicional publicación por entregas que entregaban a la imprenta como complemento literario las hojas volanderas decimonónicas.
«La Regenta» fue la primera novela de Leopoldo Alas «Clarín», publicada entre 1884 y 1885 y que, en palabras de su autor, «fue escrita como artículos sueltos» que «según iba escribiendo iba mandando» al editor. Clarín, aparte de colaborar en periódicos como El Globo, La Ilustración o Madrid Cómico, fue también un afamado escritor de cuentos y relatos cortos. Un ortónimo suyo nos ha entregado esta variación de su más famosa obra, en la que su protagonista, de nombre Ana, conoce al magistral de la catedral de Vetusta, una ciudad de provincias trasunto de Oviedo. A pesar de su sobrenombre (Regenta), esta Ana no era regidora ni preboste de ningún Ayuntamiento; son otra clase de ayuntamientos los tratados en la novela. La atribución de esta pieza a aquel autor es dudosa: algunos procronismos y ciertas expresiones de meapilas relamido nos hacen dudar de la autoría del que fuera un anticlerical confeso.
LA REGENTA
Por Leopoldo Alas, «Clarín»
«La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte.Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la Catedral, poema romántico de piedra, delicado himno de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo XVI, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esa arquitectura. Aquel día, entrado el invierno de 1976, era una fecha muy especial para el Deán de la Catedral, Rafael Somoano.