Reflexiones de un periodista de Telemadrid despedido hace un año : «El eco mudo de una sombra gris»

Hace casi un año crucé la puerta de Telemadrid por última vez. No he vuelto. Paso a menudo por la entrada y confieso la inquietud que aún me provoca sentirme bajo la sombra de ese edificio impersonal y gris en cuyo interior compartí ilusiones, proyectos y un ejercicio profesional que, con todos los errores, pretendía ser honesto. Muchos dejamos en esas dos décadas bastante más que un compromiso laboral.

Hoy ese edificio proyecta sombras que ya no compartimos, que sabemos que no son nuestras y que deslizan en su reflejo una realidad dolorosa que hace casi un año representó para casi 900 personas un corte radical en sus vidas.

No escribo desde la nostalgia. Me acompañó en los primeros meses, cuando a la sensación de vacío se sumó la incomprensión de una expulsión injusta. Pero la nostalgia limita la memoria. Meses después queda el recuerdo desprovisto de emociones vivas, nos sobreponemos a la realidad y la búsqueda de respuestas se transforma en una enumeración de preguntas.

Todas se dirigen a ese mismo edificio gris y amputado, cuya sombra abarca un largo periodo de mezquindad que no concluyó hace un año, como tampoco comenzó entonces. Se inició cuando el poder político y sus cómplices periodísticos decidieron que la propaganda era más rentable que la información.

Desde entonces Telemadrid inició su particular descenso al abismo de los medios sin credibilidad y también sin audiencia. Su escaso crédito se agotó hace un año. El mínimo eco que aún tenía su programación se disolvió con la misma rapidez que un sábado de enero se enviaron centenares de cartas confirmando el despido de la plantilla que mantenía activa su emisión.

En el último año Telemadrid ha sido un cadáver televisivo arrastrando su agonía en un impúdico exhibicionismo de incompetencia. Sin testigos. Libres para ejercer su único criterio. Gestores exclusivos del sectarismo y la tergiversación.

Un año después la sombra de Telemadrid se difumina sin que ningún dato avale la necesidad del despido masivo acometido entonces: la audiencia apenas alcanza el 4 por ciento, su influencia es irrelevante y el supuesto ahorro en gastos de personal se anula con la partida destinada a productoras privadas, cuya cuantía se multiplica en los presupuestos de 2014.

Esta realidad casa mejor con la intención oculta de las grandes declaraciones políticas que hace un año hablaban de un modelo de televisión insostenible. Eran las productoras privadas y sus mentores políticos quienes deseaban sostener sus mermadas cuentas de resultados a costa de los presupuestos públicos.

El tiempo, el periodismo y la justicia ya han desvelado algunas claves de la trastienda donde se cocinaba las auténticas decisiones que han conducido a Telemadrid hacia su época más oscura. En esa travesía del desierto los espejismos de supuesta libertad de expresión se convertían en arena en los ojos para una audiencia primero asombrada y después incrédula.

Hoy Telemadrid continúa predicando en el desierto, sin eco y sin auditorio, únicamente para calmar la misma sed ideológica que antes agotó el pozo del servicio público e informativo.

El próximo 12 de enero recordaré que hace un año más de 800 compañeros cruzamos esa puerta hacia una realidad incierta y difícil. Será un pequeño tributo en su reconocimiento. Resulta imposible olvidar las emociones de un día que ha estado presente en cada uno de los días transcurridos desde entonces.

Miraré hacia adelante y pasaré una página detenida durante un año. Hay otra vida, otro futuro, otro horizonte y habrá justicia. Mientras tanto, cuando el mando del televisor sintonice Telemadrid recordaré la frase de Ramiro Pinilla: «Se ha perdido la dignidad por el miedo a perder».

JAVIER JUÁREZ.