Telemadrid visto para sentencia
Pero en el pecado de la soberbia acarrean su propia penitencia: creyéndose en la inmunidad reservada a los moradores del Olimpo se esfuerzan, durante toda la jornada, en fatigar el error de la arrogancia. El Jefe de Relaciones Laborales, tan ensoberbecido en su insignificancia, no tarda en ser expulsado de la sala tras explotar en un episodio agresivo; los abogados de Cuatrecasas se reparten los papeles diciendo representar uno a las sociedades y el otro al ente para intentar demostrar en la deposición posterior, de forma estupefaciente, que todo era la misma cosa, una y trina; el Director General está tan nervioso que ni reconoce su propia firma ni es capaz de controlar su próstata e incluso los testigos de parte se enmarañan en sus burdas mentiras provocando una cada vez mayor incomodidad de sus letrados. Según avanza el día sus voces se van apagando en un hilo imperceptible, ahogadas en la vergüenza de su impostura.
Al contrario que los bogados de las tres secciones sindicales, que ante la inanidad del adversario dan una lección de estrategia, oratoria y conocimiento legislativo, desmontando pacientemente, una a una, las artimañas esgrimidas por la parte contraria: la mala fe en la negociación, la negativa a contemplar cualquier oferta sindical para reducir despidos, los criterios arbitrarios e ideológicos en que se han basado los mismos, la manifiesta desproporción de las medidas y los innúmeros defectos en la forma y en el fondo acreditan suficientemente la necesidad de que el proceso sea declarado nulo.
«Haced vosotros las leyes y dejadme a mí los reglamentos», dicen que dijo el conde de Romanones. Ellos, en su órdago a la grande, han pretendido lapidarnos cambiando dos leyes mayores; a nosotros sin embargo nos avala todo el aparato legislativo que ha legado cada lucha democrática. Ahora aguardan expectantes nuestro veredicto todos los trabajadores públicos de España, como también cada representante sindical despedido y cada periodista represaliado. De nuestro destino y de cómo culmine nuestro calvario judicial puede depender la salud pública de un país. Ahora la Justicia tiene la última palabra: esperemos que no sea tan ciega como nuestra confianza en ella.