¿Qué hacer? : Pelear y movilizarnos por lo público

El lunes pasado el Director General, José Antonio Sánchez, accedió a reunirse con nosotros, pero por sus palabras estupefacientes y su insistencia en que de él no dependía nada dedujimos que no es lo que se dice un interlocutor válido. El jueves, eso sí, advirtió que iba a ser «trágico». También le hemos remitido una carta a la Presidenta de la Comunidad para solicitar una entrevista, pero hasta ahora sólo hemos obtenido el silencio por respuesta. La representación sindical está abierta a hablar, a negociar, a tratar de llegar a acuerdos y a intentar ofrecer una solución a los despidos. Pero si la otra parte se esconde o se niega a hacerlo, no hay diálogo posible. Eso es lo que han hecho en Canal 9: arrasar con la plantilla. Pero ni la situación de Madrid es la de Valencia (comunidad sobre la que pesa un vencimiento de deuda de 2.672 millones de euros a pagar antes de diciembre, frente a los 368 declarados por el ejecutivo madrileño), ni el coste de la televisión es el mismo (Telemadrid es la cadena pública que más barata le sale a los ciudadanos). Aunque Raúl Berdonés, dueño de Secuoya, tiene claro que hay que adelgazar la estructura de nuestra empresa y dejarla «como a la valenciana». Sería poco menos que suicida quedarnos quietos y dejarnos llevar a la situación en la que han dejado a los compañeros de RTVV. Por eso tenemos que movilizarnos antes, más y mejor. Teniendo en cuenta el precedente de Valencia, donde, como en tantos otros ámbitos, la imposición y la coerción han sustituido al diálogo, no nos podemos dejar atropellar de esa manera. Los partidarios del totalitarismo están dinamitando la frágil entente conseguida tras la muerte de Franco: vista ahora, la transición consistió en que olvidáramos cada crimen y cada abuso mientras ellos nos dejaban (mal) vivir y continuaban detentando el poder real.

UNA NUEVA EDAD MEDIA

Los que tienen nuestro futuro en sus manos se dedican únicamente a lo que Paul Virilio denomina la administración del miedo.
En unos tiempos oscuros en que Pedro J. pone en duda las conquistas de la Revolución Francesa, los ciudadanos de a pie vemos como nuestros derechos son mutilados de una forma perenne. La escuela de Chicago demostró durante la dictadura chilena cuáles eran las prioridades de los conservadores: primero, el mercado. La democracia era secundaria (véase China).

Antonio Baños ha definido nuestra era posteconómica como «una forma de dominio absoluto basado en el miedo y la deuda, que genera una obediencia servil a un nuevo estamento señorial que se rige por encima del Estado y la Ley, creando una Nueva Edad Media donde los poderosos ejercen la violencia y ostentan la representación política imponiendo una revisión del pasado». En un viejo cartoon de Punch un labrador sajón le espetaba a otro: «¿Sabes una cosa? Hoy termina la Edad Media». Pues parece que esos tiempos oscuros han vuelto a empezar. Dice Ignacio Ramonet: «Hemos llegado a un punto en que el Mercado, en su ambición totalitaria, quiere controlarlo todo: la economía, la política, la cultura, la sociedad, los individuos… Y ahora, asociado a los medios de comunicación de masas que funcionan como su aparato ideológico, el Mercado desea también desmantelar los avances sociales, el Estado de bienestar». En ese sentido, la crisis actúa como el shock del que habla la socióloga Naomi Klein en su libro La Doctrina del shock: se utiliza el desastre económico para permitir que la agenda del neoliberalismo se realice. Se han creado mecanismos para tener vigiladas y bajo control a las democracias nacionales, por medio de instituciones que no representan a los ciudadanos. Y sin embargo, esas instituciones –con el apoyo de unos medios de comunicación de masas que obedecen a los intereses de grupos de presión económicos, financieros e industriales– son las encargadas de crear las herramientas de control que reducen la democracia a un teatro de sombras y de apariencias. La única solución consiste –a semblanza de un rito antiguo y cruel– en sacrificar a la población como si el tormento inflingido a las sociedades pudiera calmar la codicia de los mercados. En semejante contexto, ¿tienen los ciudadanos la posibilidad de reconstruir la política y de regenerar la democracia? Sin duda. La protesta social no cesa de amplificarse. Y los movimientos sociales reivindicativos se van a multiplicar. Por ahora, la sociedad española aún cree que esta crisis es un accidente y que las cosas volverán pronto a ser como eran. Es un espejismo. Cuando tome conciencia de que eso no ocurrirá y de que estos ajustes no son «de crisis» sino que son estructurales, que vienen para quedarse definitivamente, entonces la protesta social alcanzará probablemente un nivel importante. ¿Qué exigirán los protestatarios? El filósofo Zygmunt Bauman lo tiene claro: «Debemos construir un nuevo sistema político que permita un nuevo modelo de vida y una nueva y verdadera democracia del pueblo». ¿A qué esperamos?».

OTOÑO CALIENTE

El Mundo (3/09) resumía así la tradicional fiesta minera de UGT en Rodiezmo: «hacer público que los sindicatos y los partidos progresistas -incluido el PSOE- van a ir este otoño al choque frontal contra el Gobierno para «defender derechos sociales». Cándido Méndez llamó a la movilización de los ciudadanos y pidió a los mineros que acudan a Madrid a la concentración para luchar por sus derechos. «Están arruinando este país desde el punto de vista social, democrático». Pero indicó que si se avecina un otoño caliente no es responsabilidad de los sindicatos. «Sí va a haber un otoño caliente», dijo el secretario general de UGT, «pero lo ha calentado el Gobierno a base del combustible de eliminar los derechos fundamentales de la población». «Tenemos que rebelarnos por dignidad para que no sigan arrasando derechos. Hay que luchar contra este Gobierno en todos los ámbitos y hay que defender los derechos conquistados con uñas y dientes. Dirán que somos radicales, pues somos radicales», afirmó Alfonso Guerra en el mismo acto. El inefable Luis María Anson argüía en El Mundo (2/09) que «los sindicatos se proponen calentar el otoño hasta abrasar al Gobierno. Se trata de desmontar a Rajoy, acosándole con la caravana de huelgas con el propósito de que una protesta desmesurada, a la griega, esterilice las medidas que ha tomado. La casta sindical está en pie de guerra (…). Aspiran a extremar la situación con la violencia. No sé si esperan que algún inmigrante islamista se queme a lo bonzo, como en Túnez, o que a un agente de la Policía, a la que se someterá a una presión brutal, se le escape un tiro y mate a algún manifestante. Eso desencadenaría un movimiento callejero sin precedentes. El cerco al Congreso de los Diputados es solo la punta del iceberg. La calle no es de la casta sindical ni de los energúmenos violentos ni de los cojos manteca de turno ni tampoco de la extrema izquierda. Porque si no se reacciona a tiempo el otoño caliente va a incendiar a España entera».