Telemadrid: Cuentos y Cuentas
Para la gente de letras las cifras siempre constituyen un reto, un elemento frío. Únicamente contienen la verdad desnuda de un dato. Los números son precisos, exactos y no admiten dobles lecturas. Sin embargo, por muy de letras que seas a veces no es difícil descifrar el enigma que a menudo se oculta tras un número, la realidad que se resume aséptica en un balance. Los números se pueden presentar maquillados pero son tozudos y siempre acaban por delatar a quien los manipula. De eso, de maquillajes contables y de manipulaciones burdas, también hemos aprendido mucho fuera y dentro de esta empresa en los últimos años. Los números, en definitiva, son como el algodón: no engañan.
“La situación es insostenible”: El actual Director General de Telemadrid calificó con ese término la realidad de nuestra empresa la pasada semana en la Asamblea de Madrid. Y tiene razón. Muchos pensamos desde hace tiempo que es insostenible el cúmulo de irregularidades, gestión ineficaz, nepotismo y derroche con que se ha gestionado esta empresa en las dos últimas legislaturas. Pero lo de menos es lo que pensemos nosotros. Lo de más es lo que desvelan los números. Y su mensaje es nítido.
Cuando llegó Esperanza Aguirre en 2003 Telemadrid cubría con los ingresos de publicidad el 50% de su presupuesto. En 2011 era apenas el 27%. Sumemos suculentos contratos entregados a productoras y presentadores de probada solvencia “popular”, sueldos desorbitados y contrataciones sin control fuera de convenio. Llegamos a esta tormenta perfecta que permite desmantelar una empresa al tiempo que enriquecer el patrimonio particular de algunos en un trasvase de fondos públicos a manos privadas digno de estudio en cualquier escuela de negocios.
Este es el auténtico balance de los últimos ocho años de gestión del Ente Público Radio Televisión Madrid. Todos lo sabemos. Incluso ellos, que nunca han expresado la menor autocrítica. Lamentablemente, nadie les ha exigido responsabilidades políticas, ni administrativas ni personales y tal vez deban concretarse si las ha habido legales. Los tribunales lo dirán.
Sin embargo, ellos sí han encontrado un culpable colectivo: lo es la plantilla. Quienes han causado el problema ahora se erigen como solución señalando al trabajador como el único responsable de los números que nunca supieron cuadrar. No es solo injusto, es además indignante. Y sobran motivos para pensarlo, porque sin otra responsabilidad que la de cumplir con nuestro trabajo, se nos convierte en el auténtico problema para el futuro de Telemadrid.
Manuel Soriano Navarro tomó posesión como Director General de Telemadrid el 12 de diciembre de 2003. Dejaba atrás una estela de experiencias fallidas en los medios por los que pasó, casualmente cerrados o quebrados tras su salida de ellos: Ya, Diario 16, El Independiente y La Clave. Su principal aval para dirigir Telemadrid residía en su estrecha relación con Esperanza Aguirre, de la que fue jefe de comunicación tanto en su etapa de ministra de Educación como en la que fue presidenta del Senado.
La televisión pública madrileña que se encontró Soriano era aún una empresa competitiva, un medio de prestigio y una referencia informativa para los madrileños. No nos interesa aquí detallar los hitos más controvertidos de su gestión – no fueron pocos- sino evidenciar con cifras el pésimo resultado de su mandato. Tan sólo recordar que fue acusado de un delito de acoso sexual por una secretaria, siendo archivado el caso tres años después por la juez María Tardón (exconcejal del PP y excolaboradora de Telemadrid). La audiencia media que Soriano se encontró cuando llegó fue del 17’1 por ciento. Cuando cedió la dirección a Isabel Linares en 2007, la audiencia media apenas superaba el 10 por ciento.
Pero hay otras cifras más reveladoras. Al comienzo de su gestión la deuda acumulada no llegaba a los ochenta millones de euros. El año que dejó su puesto, la deuda global superó los 170 millones de euros.
Fueron cuatro años plagados de polémicas y de empeños personales que situaron a Telemadrid en el epicentro de un debate permanente sobre su objetividad, el deterioro de la calidad de sus informativos y el servilismo con que desde entonces se condujo la empresa respecto de Esperanza Aguirre. Aún se mantienen en los pasillos de esta sede algunos de los lemas que, paradójicamente, mejor definen su gestión: “Telemadrid, verás la diferencia” y “Telemadrid, espe-jo de lo que somos”.
Su balance, medido exclusivamente según las cifras, se resume en pocas palabras: redujo la audiencia un 70 por ciento y casi duplicó la deuda. Cualquier gestor independiente habría merecido un despido inmediato, pero Manuel Soriano Navarro sigue disfrutando de una generosa y cómoda remuneración como presidente del Consejo de Administración de Telemadrid hasta la fecha.
Isabel Linares Liébana asumió la dirección general el 17 de octubre de 2007. Procedía del mundo de la empresa, en el que había sido ejecutiva del grupo IBM, de la patronal de las empresas de seguros, UNESPA, y del grupo Sanitas. Tras el desastroso periodo de Manuel Soriano, la Comunidad buscó «un perfil técnico con experiencia de gestión» capaz de reflotar las ya preocupantes cuentas del ente público.
Sin embargo, las cifras tampoco acompañaron las intenciones de mejora y saneamiento con las que declaró comprometerse cuando asumió el puesto. La audiencia media entonces era del 10’5 por ciento. En el momento de su marcha en 2011, Telemadrid cerró el ejercicio con el que era el peor dato de su historia: un 6’4 por ciento. Respecto a la deuda, ésta pasó de 170 millones a los 257’9 millones de euros que reconoció ante la Asamblea de Madrid el nuevo Director General en noviembre del año pasado. Aún no se conoce el dato oficial a fin de ejercicio.
Durante esos cuatro años la aportación pública del contrato programa a la cadena fue la más elevada de su historia, en una escalada creciente que llegó a un máximo de 119 millones de euros en 2009 (En 2003 fue sólo de 63,20 millones).
Su plan de negocio, presentado con tanta solemnidad como carente de resultados, consistió en la reducción paulatina de la plantilla; de 1.442 empleados en 2007 a 1.175 en la actualidad. Según la propia página oficial de Telemadrid su mayor logro fue reducir en siete millones de euros anuales la partida salarial de los presupuestos. La misma página afirma sin rubor que su gestión «cierra un ciclo de austeridad, gestión económica y modernización tecnológica». De nuevo el falso espejismo de las palabras frente al desnudo valor de los números.
Esos mismos números también permiten cerrar otro ciclo, el de la absoluta contradicción entre su balance y la realidad. La realidad también es tozuda. Y la suma de realidad y números, inequívoca. Telemadrid redujo plantilla en todos los departamentos excepto en el único donde es necesario, el mismo que acomete con impunidad el mayor expolio a esta empresa desde hace ocho años: la dirección de informativos. El número de redactores adscrito a informativos ha engordado un 45 por ciento en ese mismo periodo.
Así, se han multiplicado los redactores afines contratados a dedo y los editores-coordinadores sin otro criterio que el de la lealtad ideológica. Desde que gobierna Esperanza Aguirre la redacción de informativos se ha incrementado en casi un centenar de personas con el fin de crear un verdadero Ministerio de Propaganda.
¿Lo justifica una apuesta firme por la calidad y la cobertura de nuestros espacios informativos? En absoluto. Sólo se entiende desde el amiguismo, la irresponsabilidad y la politización que esa dirección emprendió hace ocho años con Agustín de Grado al frente. No es casual que sea éste, junto con Ángel Martín Vizcaíno, el único superviviente de entre los altos cargos de esta oscura etapa de nuestra empresa.
En la actualidad Isabel Linares es Senior Counsellor de la consultora Price Waterhouse Cooper para el sector público: un cargo que parece hecho a medida para presentar un ERE en su empresa anterior.
José Antonio Sánchez Domínguez tomó posesión como Director General de Telemadrid en julio de 2011. De todas sus declaraciones, conviene citar la que pronunció en la Asamblea de Madrid el pasado tres de noviembre, por cuanto indicaba una intención conciliadora y un compromiso con el carácter público de esta empresa. «No juzguen esa deuda – la deuda acumulada de Telemadrid – dentro de los estrictos parámetros de rentabilidad económica, ya que Telemadrid es un servicio público que debe medirse por su dimensión social.»
Entre esa declaración y la que la semana pasada pronunció en la Asamblea, afirmando que la situación de Telemadrid es insostenible, no existe una alteración sensible de nuestras cuentas. Sí la hay en los presupuestos de la Comunidad, que han visto misteriosamente elevado su déficit al doble del anunciado. El faro económico del que hacía gala Esperanza Aguirre para justificar la supuesta excelencia de su gestión se ha estrellado contra la rocosa realidad de las cifras. De nuevo los números, la terca insistencia de los números.
Y son los números los que fallan en Telemadrid, es verdad. Pero no los nuestros, los de los empleados que hemos desempeñado un digno trabajo desde hace mucho tiempo. Han fallado otros, los mismos que aún mantienen su puesto en esta empresa después de ejercer un saqueo continuado, vaciando Telemadrid de prestigio, futuro y rentabilidad. Han fallado quienes han gestionado esta empresa y después han regresado al sector privado sin la más mínima mácula en su expediente, dejando a quienes aquí seguimos la incertidumbre que también, cómo no, desvelan los números. Han fallado quienes han abordado esta empresa como si se tratase de un Dorado televisivo del que apropiarse y al que esquilmar. No hay directivos con parche en el ojo ni pata de palo. Los nuestros gustan de vestir respetablemente y argumentar su gestión con una sonrisa educada. Han fallado los responsables políticos que tuvieron claro desde un principio que una cosa es predicar liberalismo y otra intervenir una televisión pública en beneficio propio.
Ocho años después, los números son más fiables que sus principios: la audiencia se ha reducido a un tercio y la deuda se ha triplicado. Un diez por ciento de la plantilla – la suma de los cargos directivos – concentra el treinta por ciento del gasto de personal.
Sumemos los suculentos contratos entregados a productoras y presentadores de probada solvencia «popular», los sueldos desorbitados, las contrataciones sin control fuera de convenio y la carencia de un auténtico plan de viabilidad. Llegaremos inevitablemente a este punto muerto en el que nos encontramos, a esta tormenta perfecta que permite desmantelar una empresa al tiempo que enriquecer el patrimonio particular de algunos privilegiados en un trasvase de fondos públicos a manos privadas digno de estudio en cualquier escuela de negocios.
Este es el auténtico balance de los últimos ocho años de gestión del Ente Público Radio Televisión Madrid. Todos lo sabemos. Incluso ellos, que nunca han expresado la menor autocrítica, también. Lamentablemente, nadie les ha exigido responsabilidades políticas, ni administrativas ni personales y tal vez deban concretarse si las ha habido legales. Los tribunales lo dirán.
Sin embargo, ellos sí han encontrado un culpable colectivo: lo es la plantilla. Quienes han causado el problema ahora se erigen como solución señalando al trabajador como el único responsable de los números que nunca supieron cuadrar. No es solo injusto, es además indignante. Y sobran motivos para pensarlo, porque sin otra responsabilidad que la de cumplir con nuestro trabajo, se nos convierte en el auténtico problema para el futuro de Telemadrid.
¿LA SUMA DE TODOS?
Volvamos a los números. No queremos cuentos, sino cuentas. Necesitamos una explicación honesta sobre las causas reales del deterioro económico de la empresa. Queremos saber por qué, en un mercado televisivo que ha cambiado para todos los operadores, el balance de Telemadrid es con diferencia el más negativo: aunque el coste de nuestras emisiones asciende a 79 millones de euros al año (un 0,4 del presupuesto de la Comunidad de Madrid) y, como han repetido reiteradamente desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid, somos la televisión autonómica más barata para los ciudadanos (17 euros al año por habitante), Telemadrid ha sido y podría volver a ser mucho más barata: en 2003 cada punto de audiencia le costaba 7,9 euros a cada madrileño, mientras que hoy cuesta 21: somos tres veces menos eficientes que antes.
Como señaló en su día El País (2/5/2010), «quizás la explicación de este rechazo de los espectadores esté en la percepción que los madrileños tienen de su televisión autonómica. De cada 10 madrileños, siete opinan que se trata de una cadena partidista (el 68%, cuatro puntos más que hace un año), según la encuesta de Metroscopia. Incluso entre quienes votan al PP es la opinión más extendida: así lo considera el 57% de los encuestados».
Si nos comparamos a la televisión de una comunidad de caracteristicas poblacionales y económicas similares a las nuestras (Cataluña) las diferencias son escandalosas: el share de TV3 del año pasado fue del 14%, más del doble que el nuestro.
Sus ingresos por publicidad fueron de 85 millonesdurante el mismo ejercicio, mientras que los de Telemadrid apenas llegaron a los 23 millones.
Cuando llegó Esperanza Aguirre en 2003 Telemadrid cubría con los ingresos de publicidad el 50% de su presupuesto. En 2011 es apenas el 27%.
Debemos conocer al detalle las razones de que la deuda se haya triplicado en estos años y, sobre todo, exigimos que cada uno asuma la responsabilidad que le corresponda.
Somos conscientes de que será difícil que ocurra. Hacerlo sería reconocer ocho años de apropiación indebida de una empresa patrimonio de todos los madrileños. Pero, insistimos, los números son elocuentes y no tienen otra lógica que la verdad. Y esta verdad es aliado más sólido que tenemos los trabajadores para defender nuestra razón y nuestros puestos de trabajo. Nos limitamos a practicar lo que hace muchos años dijo George Orwell: «En una época de engaño universal, decir la verdad se ha convertido en un acto revolucionario»
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